El paro de los transportistas y de los ganaderos españoles, y la importancia de la economía de cerca
Desde el pasado 14 de marzo, hasta la pausa autoimpuesta “por responsabilidad” el pasado sábado, los transportistas españoles, agrupados por el Comité Nacional de Transporte por Carretera (CNTC), llevaron a cabo un paro generalizado, en varias regiones del país, en protesta por el aumento del costo de la gasolina como consecuencia de las sanciones económicas impuestas a Rusia (uno de los principales productores de gas natural del mundo) a partir de su invasión a Ucrania.
El paro de los transportistas tuvo consecuencias inmediatas en muchos sectores de la economía, pero sobre todo en aquellos que dependen por completo de la eficiencia de la cadena de distribución para funcionar: el sector alimenticio. Sobre todo, el agrícola y ganadero, que, a diferencia de las fábricas en donde se producen y empaquetan alimentos y bebidas ultraprocesadas, no la tienen tan fácil a la hora de detener la producción.
Como dijo un portavoz del sector agro ganadero a Canal 24 en una entrevista, ellos no pueden parar de producir como las fábricas: los animales necesitan seguir comiendo, las vacas siguen siendo ordeñadas. Con la cadena de distribución interrumpida, la producción altamente perecedera no tiene a donde ir y, en muchos casos, los agricultores se han visto obligados a descartar sus productos.
La huelga de los agricultores
Solo 6 días después del comienzo del paro de los transportistas, el 20 de marzo toda Madrid se vio inundada por una marea de agricultores y ganaderos que se movilizaron en reclamo del aumento imparable de sus costos de producción, que pasaron de representar un 45% del valor de producción a finales de 2021, a un 60% en marzo de 2022.
Los principales afectados, como siempre, son los pequeños y medianos productores, que reclaman, a su vez, que no se cumple con la Ley de la Cadena Alimentaria, según la cual los agricultores deben recibir siempre un precio por sus productos que cubra —como mínimo— el costo de producción. Por supuesto, esta situación los afecta más que a las mega producciones agro ganaderas, que cuentan con estructuras productivas y distributivas capaces de mantener su rentabilidad gracias, principalmente, a su gran escala.
Esta situación, además de afectar a decenas de miles de trabajadores, ha provocado tanto desabastecimiento en las ciudades como encarecimiento de los productos que llegan a las góndolas; pero, a su vez, ha reavivado un viejo debate: el de la economía de cercanía.
En caso de crisis: economía de cercanía
La mayoría de nosotros estamos acostumbrados a comprar nuestros alimentos (y la mayoría de nuestros productos) sin pararnos a pensar demasiado sobre quien los ha producido ni de dónde vienen, a pesar de que ambos factores son fundamentales para determinar el costo climático, es decir, la huella de carbono, asociado a lo que estamos comprando y consumiendo.
¿Tiene sentido comer un tomate, por ejemplo, que ha viajado miles de kilómetros para llegar a la góndola de tu supermercado de preferencia, cuando seguramente haya decenas de productores locales ofreciendo prácticamente lo mismo, a un precio similar, en las verdulerías y los mercados de tu barrio? Desde un punto de vista puramente económico, es posible que sí, pero desde el ambiental, definitivamente no.
Este es el principio fundamental de la economía de proximidad, según la cual lo preferente es siempre consumir productos producidos en la cercanía del punto de consumo (generalmente, claro, el hogar), en pos de, por un lado, reducir distancias de transporte y distribución —la huella de carbono—, y por el otro, reducir el desperdicio asociado a las mega producciones agroindustriales.
Además, la economía de proximidad apunta a fortalecer a la economía local: apoyando a los pequeños productores de cada una de nuestras regiones, estamos influenciando directamente sobre su capacidad de seguir trabajando y afianzando su subsistencia.
Así llegamos al contexto actual: a pesar de que los transportistas han puesto en pausa su reclamo y de que el gobierno español ha impuesto una reducción de 20 céntimos al costo de la gasolina, la crisis de abastecimiento está lejos de haber terminado, ya que, según los agricultores que se manifestaron en Madrid, otros costos asociados a la producción, como el de los insecticidas, por ejemplo, también han aumentado considerablemente (en muchos casos, sin justificación aparente).
Incluso si la guerra en Ucrania terminará mañana, las sanciones económicas impuestas sobre Rusia por buena parte de los países y los bloques plurinacionales occidentales seguirán en vigencia, y el costo de la gasolina seguirá aumentando, afectando a toda la cadena de producción, distribución y abastecimiento de alimentos.
Por esta razón, comprar productos de cercanía será ya no solo lo mejor que los consumidores puedan hacer por la subsistencia de nuestro planeta, sino que por salvaguardar a sus propias economías locales. La economía de cercanía, de a poco, pasará de ser una decisión personal, a una necesidad comunitaria.
¡Únete al cambio!
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